Aunque nos ha llegado como juego de cartas, de los más antiguos de los que tenemos constancia, no se puede dudar de que el mundo de símbolos del Tarot encierra una enseñanza esotérica, más o menos secretamente transmitida a través de los siglos. El problema de sus orígenes es muy difícil de resolver, si no imposible. Desde Court de Gébelin que, en el siglo XVIII, se apasiona por su interpretación, se han avanzado las teorías más diversas. Venga de la antigua China, de las Indias, de Egipto, sea incluso como algunos apuntan obra de Hermes Trimegistos, de bohemios, alquimistas, cabalistas o de un único sabio entre los sabios, el Tarot presenta de hecho una iconografía netamente medieval, mezclada con simbología cristiana. En su forma más tradicional, la del Tarot de Marsella, el juego se compone de setenta y ocho láminas: cincuenta y seis arcanos menores y veintidós arcanos mayores.
Los arcanos menores comprenden cuatro series o palos: bastos, copas, espadas y oros, de catorce cartas cada uno: rey, dama, caballo, sota y diez cartas numeradas del as al diez. Estas cuatro series simbolizan los cuatro elementos o los cuatro componentes fundamentales de la vida:
El basto es el fuego de la acción, el punto de partida necesario en toda evolución, pero es también la varita mágica, el cetro de dominio viril y el padre.
La copa representa el agua fecundante del cielo, lo que enlaza lo creado con lo divino, la vida psíquica, pero es también la adivinación, la receptividad femenina y la madre.
La espada es el aire, el espíritu que que penetra en la materia, formando el compuesto de la vida. Es también la evocación, y el arma que dibuja una cruz que simboliza la unión fecunda de los dos principios, del macho y de la hembra. Así mismo la espada indica la acción penetrante como la del Verbo.
El oro simboliza la Tierra, el viaje que significa el descenso subterráneo por el que empieza toda iniciación y que da al hombre el apoyo del mundo en el que está situado, la voluntad, la materia condensadora de la acción espiritual.
Los arcanos mayores son en sí mismo caminos iniciáticos, cuyas estapas han sido interpretadas de numerosas maneras. Se presentan como la quintaesencia del hermetismo, como los más altos grados situados por encima de la masa. Su numeración es la siguiente:
I. El Juglar, II. La Gran Sacerdotisa, III. La Emperatriz, IV. El Emperador, V. El Sumo Sacerdote, VI. El Enamorado, VII. El Carro, VIII. La Justicia, IX. El Ermitaño, X. La Rueda de la Fortuna, XI. La Fuerza, XII. El Ahorcado, XIII. Arcano sin nombre (La Muerte), XIV. La Templanza, XV. El Diablo, XVI. La Torre herida por el Rayo, XVII. La Estrella, XVIII. La Luna, XIX. El Sol, XX. El Juicio, XXI. El Mundo, y, por último y sin numerar, El Loco.
Para estudiar el simboismo del Tarot desde una base antropocéntrica, con una significación psicológica y cósmica, hay que disponer los arcanos, o en forma de rueda, lo que situa a El Loco entre El Juglar y El Mundo, o en dos filas, la primera del I al XI y la segunda en sentido inverso, del XII al Loco. Se ve entonces con claridad que el eje vertical del Tarot une los arcanos VI y XVII, El Enamorado y La Estrella, siendo el uno la afectividad y la otra la esperanza, como si estos dos valores fuesen el eje alrededor del cual gravitan todos los demás. Sin embargo el arte de la adivinación mediante el Tarot no se somete enteramente a ninguna tentativa de sistematización, queda siempre en él algo que se nos escapa en forma de misterio, escondido entre los arquetipos esenciales, su estudio requiere una educación de la imaginación, lograda con largas prácticas, y una gran reserva de juicio.
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